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martes, 26 de marzo de 2013

SEMANA SANTA DEL AÑO 2013


Con estas notas me interesó rendir un homenaje a una Iglesia que encontró, entiendo, en el papa Benedicto XVI la posibilidad de iniciar el camino para aquello que suele denominarse «otro mundo es posible».
            Los textos escogidos constituyen una advertencia sobre los males que pueden sobrevenir, o mejor, sobre la profundización de los males que ya se encuentran arrasando hombres, impidiéndoles construirse como «personas».
            La Iglesia de Roma no expresa sólo una idea religiosa, es un poder mundial que encierra la posibilidad de ayudar a la consumación del secularismo individualista o que (contrariamente) puede magistralmente formar para la libertad. Un film titulado V de Venganza, expresa en sus escenas finales el significado revolucionario de la libertad.
            La realidad de la Iglesia en este momento preciso continúa exhibiendo aquello que en las diamantinas homilías me atreví a subrayar.
            Creo encontrar en este pontífice el símbolo de todos los oprimidos, aquellos cuya voz no es escuchada; aquellos que ni aún gritando son escuchados. El pontífice gritó finalmente a través de sus textos.
            Reproduje la imagen de la sonrisa tímida, de quien en sus últimos días de pontificado mostró su sencillez, aquella que lo acompañó durante todo su pontificado.
            El Sacro Colegio de Cardenales realizó su elección. Parecería que el «Espíritu Santo» hubiera estado ausente a la hora de la elección, o que «algo» hubiera afectado la audición espiritual.
            El resultado fue la elección de un nuevo papa: su sonrisa amplia y desbordante resulta un contrate con la anterior: expresa la felicidad terrena, es la risa burlesca, estentórea y vulgar, toda ella que se me aparece como un signo diabólico.
            Deseo que Francisco I, el apóstata (el «papa-espectáculo») sea sacudido por un rayo de sacralidad y que realmente pueda ver a los humillados; no instrumentalizar lo sagrado  sino convertirse en instrumento de ese Dios cuyas enseñanzas debería comenzar a practicar.
            Que el nuevo año religioso comience a presenciar ese nuevo camino.

                
SEMANA SANTA DEL AÑO 2013 - SU SANTIDAD BENEDICTO XVI (ABRIL 2005 - FEBRER0 2013)

 

«BENTO XVI CONTRA A CULTURA DA MORTE» (Benedicto XVI contra la Cultura de la Muerte). EN: REVISTA VEJA, RIO DE JANEIRO, ANO 46, Nº 8, 20 DE FEVEREIRO DE 2013)

(Traducción parcial)

 

«HIPÓCRITAS. ISAÍAS ESTABA EN LO CIERTO SOBRE USTEDES: 'ESA GENTE ME HONRA CON PALABRAS, PERO SU CORAZÓN ESTÁ LEJOS DE MÍ. ES VANA SU ADORACIÓN POR MÍ' ..."
 
A continuación reproducimos la declaración de Benedicto XVI, en el Consistorio Ordinario Público, de 10 de febrero, anunciando su renuncia al Pontificado.

 

            "Al anunciar que dejará el pontificado el próximo día 28 [febrero], el papa Benedicto XVI tomó la más osada decisión en su lucha contra la CULTURA DE LA MUERTE e contra el RELATIVISMO, que hoy reivindican el estatuto de un humanismo superior y que se infiltraron en el seno de la Iglesia Católica. En muchos aspectos, son los enemigos más poderosos y articulados que ella jamás enfrentó.

            El Sumo Pontífice empeñado en la preservación de la Ciudad de Dios, para recordar a San Agustín (354-430), de quien es admirador confeso, apeló a la experiencia del cardenal Joseph Ratzinger, un profundo conocedor de la «CIUDAD DE LOS HOMBRES», y actuó. El teólogo más influyente de la Iglesia en los últimos 35 años puede, así, articular la propia sucesión. En los días que seguirán al anuncio de la decisión, el papa nos dijo gran parte de lo que le atribuyeron y habló mucho más de lo que muchos percibieron.
            Al renunciar, definió un camino.
            Lector, Ud. puede no creer en Dios, pero evite el ridículo en que cayeron muchos colegas, de aquí [Brasil] y de afuera, de no creer en la claridad de la Iglesia.
            El Miércoles de Cenizas, delante de los Cardenales, Benedicto XVI censuró «los GOLPES DADOS CONTRA LA UNIDAD DE LA IGLESIA» y «las divisiones en el cuerpo eclesial».
            En el fragmento más significativo de su homilía, la cual fue poco destacada, ditó al apóstol Paulo:
«El denuncia la HIPOCRESÍA RELIGIOSA, el comportamiento que desea exhibirse, los HÁBITOS QUE PROCURAN EL APLAUSO Y LA APROBACIÓN. El verdadero discípulo no se  sirve a sí mismo ni al público, sino a su Señor, en la simplicidad y en la generosidad»
 
            Al día siguiente, en un encuentro con sacerdotes de la Diócesis de Roma, instó a «trabajar para la realización VERDADERA del Concilio [Vaticano II] y para la verdadera renovación de la Iglesia".
            Los «golpes contra la unidad de la Iglesia»  y las «divisiones en el cuerpo eclesial» no remiten a las pequeñeces de los bastidores del Vaticano.  Es un error leer la vida intelectual de la Iglesia como quien analizaba las divisiones internas del Kremlin, y analiza ahora las del Palacio de Planalto. No se están discutiendo  [cuestiones menores]. .. El catolicismo es un poco más complejo. Al citar a San Pablo y recordar que «el verdadero discípulo no se sirve a sí mismo ni a su público, sino a su Señor», Benedicto XVI está afirmando lo obvio, frecuentemente olvidado hasta por la jerarquía religiosa, especialmente por los partidarios de cierta «Escatología de la Liberación»: para los católicos, la Iglesia no es autora de una verdad humana, sometida a una permanente revisión, sino depositaria de una verdad revelada por Dios, que es eterna.
            La confusión no hizo más que aumentar cuando el papa afirmó la necesidad de trabajar para «la realización VERDADERA del Concilio Vaticano II» y para «la verdadera renovación de la Iglesia» Se ignoró el adjetivo «VERDADERO», dicho y reiterado, y se dio relevancia a la «RENOVACIÓN».
            Benedicto XVI estaría, así, admitiendo la propia obsolescencia y la de la institución que dirige.
            El CONCILIO tuvo dos fases, la buena y la mala. Con él el catolicismo buscó abrirse más a la experiencia comunitaria, un retorno a los orígenes. Hizo bien. Es preciso radicalizar esa experiencia. Pero se dejó infiltrar por el proselitismo ideológico de izquierda, sustituyendo, especialmente en los años '60 y '70, los Evangelios por una versión de la lucha de clases aún más primitiva que la de los comunistas. En los días que corren, esa expresión particular del LAICISMO degeneró en lo que aquí se llama «CULTURA DE LA MUERTE» [...]  y en el RELATIVISMO, según el cual la verdad revelada por Cristo se iguala a cualquier otra. No para la Iglesia. No para los católicos.
            La «verdadera renovación» de Benedicto XVI significa la reiteración de fundamentos que no son ni viejos ni reaccionarios, sino eternos. Para quien cree, es evidente.
            Decisión como esa no se toma de manera impensada, mucho menos en soledad. Cuando se hizo público su mensaje en homenaje al Día Mundial de la Paz, el día 1º de enero, Benedicto XVI ya tenía trazado el camino de la Iglesia. Y en él se lee con todas las letras y sin ninguna ambigüedad:
 
«Condición preliminar para la paz es el desmantelamiento de la DICTADURA DEL RELATIVISMO y de la apología de una moral totalmente autónoma, que impide el reconocimiento de lo imprescindible de la ley moral natural inscripta por Dios en la conciencia de cada hombre. La paz es construcción en términos racionales y morales de convivencia, asentándola sobre un fundamento cuya medida no es creada por el hombre, sino por Dios».
            Benedicto XVI es aquel que vino a restaurar en la cristiandad contemporánea la convicción de que FE y RAZÓN pueden convivir e iluminarse mutuamente, como ya quería San Agustín en el siglo V, de quien el papa, en verdad, hace una glosa.
            El jefe de la Iglesia reafirma la herencia de la etapa madura de Agustín, según quien la Divina Providencia dotó al hombre del libre arbitrio --la «ley moral natural inscripta por Dios en nuestra conciencia». Sucede que ese ejercicio de la voluntad, como quería el santo, «solamente es meritoriamente libre en tanto liberado por la gracia de Dios».
            En ese mismo texto, Benedicto XVI atacó a la CULTURA DE LA MUERTE:
 
«El camino para la consecución del bien común y de la paz es, antes que nada, el respeto por la vida humana (...) Quien desea la paz no puede tolerar atentados y crímenes contra la vida. Aquellos que no aprecian suficientemente el valor de la vida humana [...] tal vez no se den cuenta de que, así, están proponiendo la prosecución de una paz ilusoria (...)»
            [...]
En la Encíclica Pacem in Terris de Juan XXIII [cumple 50 años el 11 de abril] [se lee :]   
« [...] Si contemplamos la dignidad de la persona humana a la luz de las verdades reveladas, no podemos dejar de tenerla en estima incomparablemente mayor. Se trata, en efecto, de personas redimidas por la Sangre de Cristo, las cuales con la gracia se tornaron hijas y amigas de Dios, herederas de la gloria eterna».
            Benedicto XVI renunció al comando de esa Iglesia para que la Iglesia no corra el riesgo de renunciar a si misma y a la herencia que nos torna hijos de Dios en tanto hijos del hombre".
                                                                                          Por REINALDO AZEVEDO
NOTA: Las mayúsculas son nuestras.
 

(I)
BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Sala Pablo VI
Miércoles 13 de febrero de 2013
 
 
Queridos hermanos y hermanas
Como sabéis —gracias por vuestra simpatía—, he decidido renunciar al ministerio que el Señor me ha confiado el 19 de abril de 2005. Lo he hecho con plena libertad por el bien de la Iglesia, tras haber orado durante mucho tiempo y haber examinado mi conciencia ante Dios, muy consciente de la importancia de este acto, pero consciente al mismo tiempo de no estar ya en condiciones de desempeñar el ministerio petrino con la fuerza que éste requiere. Me sostiene y me ilumina la certeza de que la Iglesia es de Cristo, que no dejará de guiarla y cuidarla. Agradezco a todos el amor y la plegaria con que me habéis acompañado. Gracias. En estos días nada fáciles para mí, he sentido casi físicamente la fuerza que me da la oración, el amor de la Iglesia, vuestra oración. Seguid rezando por mí, por la Iglesia, por el próximo Papa. El Señor nos guiará.


 
Las tentaciones de Jesús y la conversión por el Reino de los Cielos
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, miércoles de Ceniza, empezamos el tiempo litúrgico de Cuaresma, cuarenta días que nos preparan a la celebración de la Santa Pascua; es un tiempo de particular empeño en nuestro camino espiritual. El número cuarenta se repite varias veces en la Sagrada Escritura. En especial, como sabemos, recuerda los cuarenta años que el pueblo de Israel peregrinó en el desierto: un largo período de formación para convertirse en el pueblo de Dios, pero también un largo período en el que la tentación de ser infieles a la alianza con el Señor estaba siempre presente. Cuarenta fueron también los días de camino del profeta Elías para llegar al Monte de Dios, el Horeb; así como el periodo que Jesús pasó en el desierto antes de iniciar su vida pública y donde fue tentado por el diablo. En la catequesis de hoy desearía detenerme precisamente en este momento de la vida terrena del Señor, que leeremos en el Evangelio del próximo domingo.
Ante todo el desierto, donde Jesús se retira, es el lugar del silencio, de la pobreza, donde el hombre está privado de los apoyos materiales y se halla frente a las preguntas fundamentales de la existencia, es impulsado a ir a lo esencial y precisamente por esto le es más fácil encontrar a Dios. Pero el desierto es también el lugar de la muerte, porque donde no hay agua no hay siquiera vida, y es el lugar de la soledad, donde el hombre siente más intensa la tentación. Jesús va al desierto y allí sufre la tentación de dejar el camino indicado por el Padre para seguir otros senderos más fáciles y mundanos (cf. Lc 4, 1-13). Así Él carga nuestras tentaciones, lleva nuestra miseria para vencer al maligno y abrirnos el camino hacia Dios, el camino de la conversión.
Reflexionar sobre las tentaciones a las que es sometido Jesús en el desierto es una invitación a cada uno de nosotros para responder a una pregunta fundamental: ¿qué cuenta de verdad en mi vida? En la primera tentación el diablo propone a Jesús que cambie una piedra en pan para satisfacer el hambre. Jesús rebate que el hombre vive también de pan, pero no sólo de pan: sin una respuesta al hambre de verdad, al hambre de Dios, el hombre no se puede salvar (cf. vv. 3-4). En la segunda tentación, el diablo propone a Jesús el camino del poder: le conduce a lo alto y le ofrece el dominio del mundo; pero no es éste el camino de Dios: Jesús tiene bien claro que no es el poder mundano lo que salva al mundo, sino el poder de la cruz, de la humildad, del amor (cf. vv. 5-8). En la tercera tentación, el diablo propone a Jesús que se arroje del alero del templo de Jerusalén y que haga que le salve Dios mediante sus ángeles, o sea, que realice algo sensacional para poner a prueba a Dios mismo; pero la respuesta es que Dios no es un objeto al que imponer nuestras condiciones: es el Señor de todo (cf. vv. 9-12). ¿Cuál es el núcleo de las tres tentaciones que sufre Jesús? Es la propuesta de instrumentalizar a Dios, de utilizarle para los propios intereses, para la propia gloria y el propio éxito. Y por lo tanto, en sustancia, de ponerse uno mismo en el lugar de Dios, suprimiéndole de la propia existencia y haciéndole parecer superfluo. Cada uno debería preguntarse: ¿qué puesto tiene Dios en mi vida? ¿Es Él el Señor o lo soy yo?
Superar la tentación de someter a Dios a uno mismo y a los propios intereses, o de ponerle en un rincón, y convertirse al orden justo de prioridades, dar a Dios el primer lugar, es un camino que cada cristiano debe recorrer siempre de nuevo. «Convertirse», una invitación que escucharemos muchas veces en Cuaresma, significa seguir a Jesús de manera que su Evangelio sea guía concreta de la vida; significa dejar que Dios nos transforme, dejar de pensar que somos nosotros los únicos constructores de nuestra existencia; significa reconocer que somos creaturas, que dependemos de Dios, de su amor, y sólo «perdiendo» nuestra vida en Él podemos ganarla. Esto exige tomar nuestras decisiones a la luz de la Palabra de Dios. Actualmente ya no se puede ser cristiano como simple consecuencia del hecho de vivir en una sociedad que tiene raíces cristianas: también quien nace en una familia cristiana y es formado religiosamente debe, cada día, renovar la opción de ser cristiano, dar a Dios el primer lugar, frente a las tentaciones que una cultura secularizada le propone continuamente, frente al juicio crítico de muchos contemporáneos.
Las pruebas a las que la sociedad actual somete al cristiano, en efecto, son muchas y tocan la vida personal y social. No es fácil ser fieles al matrimonio cristiano, practicar la misericordia en la vida cotidiana, dejar espacio a la oración y al silencio interior; no es fácil oponerse públicamente a opciones que muchos consideran obvias, como el aborto en caso de embarazo indeseado, la eutanasia en caso de enfermedades graves, o la selección de embriones para prevenir enfermedades hereditarias. La tentación de dejar de lado la propia fe está siempre presente y la conversión es una respuesta a Dios que debe ser confirmada varias veces en la vida.
Sirven de ejemplo y de estímulo las grandes conversiones, como la de san Pablo en el camino de Damasco, o san Agustín; pero también en nuestra época de eclipse del sentido de lo sagrado, la gracia de Dios actúa y obra maravillas en la vida de muchas personas. El Señor no se cansa de llamar a la puerta del hombre en contextos sociales y culturales que parecen engullidos por la secularización, como ocurrió con el ruso ortodoxo Pavel Florenskij. Después de una educación completamente agnóstica, hasta el punto de experimentar auténtica hostilidad hacia las enseñanzas religiosas impartidas en la escuela, el científico Florenskij llega a exclamar: «¡No, no se puede vivir sin Dios!», y cambió completamente su vida: tanto que se hace monje.
Pienso también en la figura de Etty Hillesum, una joven holandesa de origen judío que morirá en Auschwitz. Inicialmente lejos de Dios, le descubre mirando profundamente dentro de ella misma y escribe: «Un pozo muy profundo hay dentro de mí. Y Dios está en ese pozo. A veces me sucede alcanzarle, más a menudo piedra y arena le cubren: entonces Dios está sepultado. Es necesario que lo vuelva a desenterrar» (Diario, 97). En su vida dispersa e inquieta, encuentra a Dios precisamente en medio de la gran tragedia del siglo XX, la Shoah. Esta joven frágil e insatisfecha, transfigurada por la fe, se convierte en una mujer llena de amor y de paz interior, capaz de afirmar: «Vivo constantemente en intimidad con Dios».
La capacidad de oponerse a las lisonjas ideológicas de su tiempo para elegir la búsqueda de la verdad y abrirse al descubrimiento de la fe está testimoniada por otra mujer de nuestro tiempo: la estadounidense Dorothy Day. En su autobiografía, confiesa abiertamente haber caído en la tentación de resolver todo con la política, adhiriéndose a la propuesta marxista: «Quería ir con los manifestantes, ir a prisión, escribir, influir en los demás y dejar mi sueño al mundo. ¡Cuánta ambición y cuánta búsqueda de mí misma había en todo esto!». El camino hacia la fe en un ambiente tan secularizado era particularmente difícil, pero la Gracia actúa igual, como ella misma subrayara: «Es cierto que sentí más a menudo la necesidad de ir a la iglesia, de arrodillarme, de inclinar la cabeza en oración. Un instinto ciego, se podría decir, porque no era consciente de orar. Pero iba, me introducía en la atmósfera de oración...». Dios la condujo a una adhesión consciente a la Iglesia, a una vida dedicada a los desheredados.
En nuestra época no son pocas las conversiones entendidas como el regreso de quien, después de una educación cristiana, tal vez superficial, se ha alejado durante años de la fe y después redescubre a Cristo y su Evangelio. En el Libro del Apocalipsis leemos: «Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (3, 20). Nuestro hombre interior debe prepararse para ser visitado por Dios, y precisamente por esto no debe dejarse invadir por los espejismos, las apariencias, las cosas materiales.
En este tiempo de Cuaresma, en el Año de la fe, renovemos nuestro empeño en el camino de conversión para superar la tendencia a cerrarnos en nosotros mismos y para, en cambio, hacer espacio a Dios, mirando con sus ojos la realidad cotidiana. La alternativa entre el cierre en nuestro egoísmo y la apertura al amor de Dios y de los demás podríamos decir que se corresponde con la alternativa de las tentaciones de Jesús: o sea, alternativa entre poder humano y amor a la Cruz, entre una redención vista en el bienestar material sólo y una redención como obra de Dios, a quien damos la primacía en la existencia. Convertirse significa no encerrarse en la búsqueda del propio éxito, del propio prestigio, de la propia posición, sino hacer que cada día, en las pequeñas cosas, la verdad, la fe en Dios y el amor se transformen en la cosa más importante.


Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Perú, México y los demás países latinoamericanos. Invito a todos en este tiempo de Cuaresma a renovar el compromiso de conversión, dejando espacio a Dios, aprendiendo a mirar con sus ojos la realidad de cada día. Muchas gracias.
 
© Copyright 2013 - Libreria Editrice Vaticana
 
 
NOTA: subrayados nuestros.

 




(II)

Homilía de Benedicto XVI en el Miércoles de Ceniza

13 febrero, 2013


Homilía de Su Santidad

BENEDICTO XVI

Basílica Papal de San Pedro

Miércoles de Ceniza, 13 de febrero de 2013




 



Venerables Hermanos, queridos hermanos y hermanas:

Hoy, Miércoles de Ceniza, iniciamos un nuevo camino cuaresmal, un camino que se desarrolla por cuarenta días y que nos conduce al gozo de la Pascua del Señor, a la victoria de la Vida sobre la muerte. Nos hemos reunido para la Celebración de la Eucaristía siguiendo la antiquísima tradición romana de las stationes cuaresmales. Tal tradición prevé que la primera statio tenga lugar en la Basílica de Santa Sabina sobre la colina romana del Aventino. Las circunstancias han sugerido reunirnos en la basílica Vaticana. Esta tarde somos muchos los que nos encontramos alrededor de la Tumba del Apóstol Pedro para pedir también su intercesión para el camino de la Iglesia en este momento particular, renovando nuestra fe en el Pastor Supremo, Cristo Señor. Es para mí una ocasión propicia para agradecer a todos, especialmente a los fieles de la Diócesis de Roma, mientras me preparo a concluir el ministerio petrino, y para pedir un particular recuerdo en la oración.

Las Lecturas que han sido proclamadas nos ofrecen ocasiones que, con la gracia de Dios, estamos llamados a convertir en actitudes y comportamientos concretos en esta Cuaresma. Ante todo la Iglesia nos vuelve a proponer, el enérgico llamado que el profeta Joel dirige al pueblo de Israel: «Dice el Señor todopoderoso: convertíos a mí de todo corazón, con ayuno, con llanto, con luto» (2,12). Es subrayada la expresión «de todo corazón», que significa desde el centro de nuestros pensamientos y sentimientos, de la raíz de nuestras decisiones, elecciones y acciones, con un gesto de total y radical libertad. Pero ¿es posible este retorno a Dios? Sí, porque hay una fuerza que no reside en nuestro corazón, sino que se libera del corazón mismo de Dios. Es la fuerza de su misericordia. El profeta dice todavía: «Convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, y se arrepiente de las amenazas» (v.13). El retorno al Señor es posible como ‘gracia’, porque es obra de Dios es fruto de la fe que reponemos en su misericordia. Pero este retornar a Dios se vuelve realidad concreta en nuestra vida sólo cuando la gracia del Señor penetra en lo profundo y lo sacude donándonos la fuerza de «lacerar el corazón». Es el profeta una vez más que hace resonar de parte de Dios estas palabras: «Rasgad los corazones, no las vestiduras» (v.13). En efecto, también en nuestros días, muchos están listos a “rasgarse las vestiduras” ante escándalos e injusticias – cometidas naturalmente por otros –, pero pocos parecen dispuestos a actuar sobre el propio “corazón”, sobre la propia consciencia y sobre las propias intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta.

Aquel «convertíos a mí de todo corazón», es un llamado que no sólo involucra al individuo, sino a la comunidad. Hemos escuchado siempre en la primera Lectura: «Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión; congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos, congregad a muchachos y niños de pecho; salga el esposo de la alcoba» (vv.15-16). La dimensión comunitaria es un elemento esencial en la fe y en la vida cristiana. Cristo ha venido «para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Cfr. Jn 11, 52). El “Nosotros” de la Iglesia es la comunidad en la que Jesús nos reúne (Cfr. Jn 12, 32): la fe es necesariamente eclesial. Y esto es importante recordarlo y vivirlo en este Tiempo de la Cuaresma: que cada uno sea consiente que el camino penitencial no lo enfrenta solo, sino junto a tantos hermanos y hermanas, en la Iglesia.

El profeta, en fin, se detiene sobre la oración de los sacerdotes, los cuales, con los ojos llenos de lágrimas, se dirigen a Dios diciendo: «¡No entregues tu herencia al oprobio, y que las naciones no se burlen de ella! ¿Por qué se ha de decir entre los pueblos: ¿Dónde está su Dios?» (v.17). Esta oración nos hace reflexionar sobre la importancia del testimonio de fe y de vida cristiana de cada uno de nosotros y de nuestras comunidades para manifestar el rostro de la Iglesia y cómo, algunas veces este rostro es desfigurado. Pienso, en particular, en las culpas contra la unidad de la iglesia, en las divisiones en el cuerpo eclesial. Vivir la Cuaresma en una comunión eclesial más intensa y evidente, superando individualismos y rivalidades, es un signo humilde y precioso para los que están alejados de la fe o los indiferentes.

«¡Éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación!» (2 Co 6, 2). Las palabras del apóstol Pablo a los cristianos de Corinto resuenan también para nosotros con una urgencia que no admite ausencias o inercias. El término “éste” repetido tantas veces dice que este momento no se debe dejar escapar, se nos ofrece como ocasión única e irrepetible. Y la mirada del Apóstol se concentra en el compartir, con el que Cristo ha querido caracterizar su existencia, asumiendo todo lo humano hasta hacerse cargo del mismo pecado de los hombres. La frase de san Pablo es muy fuerte: «Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro». Jesús, el inocente, el Santo, «Aquél que no conoció el pecado» (2 Co 5, 21), asume el peso del pecado compartiendo con la humanidad el resultado de la muerte, y de la muerte en la cruz. La reconciliación que se nos ofrece ha tenido un precio altísimo, el de la cruz levantada en el Gólgota, donde fue colgado el Hijo de Dios hecho hombre. En esta inmersión de Dios en el sufrimiento humano en el abismo del mal está la raíz de nuestra justificación. El «volver a Dios con todo nuestro corazón» en nuestro camino cuaresmal pasa a través de la Cruz, el seguir a Cristo por el camino que conduce al Calvario, al don total de sí. Es un camino en el cual debemos aprender cada día a salir cada vez más de nuestro egoísmo y de nuestro ensimismamiento, para dejar espacio a Dios que abre y transforma el corazón. Y san Pablo recuerda cómo el anuncio de la Cruz resuena también para nosotros gracias a la predicación de la Palabra, de la que el mismo Apóstol es embajador; un llamado para nosotros, para que este camino cuaresmal se caracterice por una escucha más atenta y asidua de la Palabra de Dios, luz que ilumina nuestros pasos.

En la página del Evangelio de Mateo, que pertenece al denominado Sermón de la montaña, Jesús se refiere a tres prácticas fundamentales previstas por la Ley mosaica: la limosna, la oración y el ayuno; son también indicaciones tradicionales en el camino cuaresmal para responder a la invitación de «volver a Dios de todo corazón». Pero Jesús subraya que la calidad y la verdad de la relación con Dios son las que califican la autenticidad de todo gesto religioso. Por ello Él denuncia la hipocresía religiosa, el comportamiento que quiere aparentar, las conductas que buscan aplausos y aprobación. El verdadero discípulo no se sirve a sí mismo o al “público”, sino a su Señor, en la sencillez y en la generosidad: «Y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,4.6.18). Nuestro testimonio, entonces, será más incisivo cuando menos busquemos nuestra gloria y seremos conscientes de que la recompensa del justo es Dios mismo, el estar unidos a Él, aquí abajo, en el camino de la fe, y al final de la vida, en la paz y en la luz del encuentro cara a cara con Él para siempre (Cfr. 1 Co 13, 12).

Queridos hermanos y hermanas, comencemos confiados y alegres este itinerario cuaresmal. Que resuene fuerte en nosotros la invitación a la conversión, a «volver a Dios de todo corazón», acogiendo su gracia que nos hace hombres nuevos, con aquella sorprendente novedad que es participación en la vida misma de Jesús. Nadie de nosotros, por lo tanto, haga oídos sordos a este llamado, que se nos dirige también en el austero rito, tan sencillo y al mismo tiempo tan sugestivo, de la imposición de las cenizas, que cumpliremos dentro de poco ¡Que nos acompañe en este tempo la Virgen María, Madre de la Iglesia y modelo de todo auténtico discípulo del Señor! ¡Amén!

NOTA: subrayados nuestros.

 






















































 
 

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